La pudrición en el espejo

Tenía seis años cuando me miré en el espejo y noté que me estaba pudriendo. Mi rostro se deformó con una mueca de tristeza que, conforme se contrajeron mis mejillas y perdí el aliento, era la angustia de un niño pequeño que no entendía lo que pasaba; sentí perder peso en unos segundos, y lloré. Evitaba gimotear, mis hermanos estaban cerca y no quería que lo sepan. Sucedió que peleé a la salida de colegio, consecuencia de esto tuve una herida en la boca y tragué un poco de tierra, lo dejé pasar, según yo así sanaría, pero al cabo de unos días la llaga dentro de mi labio se infectó y se llenó de unas pequeñas larvas. Eso fue lo que vi cuando tenía seis años. Después de llorar por unos minutos, miré la herida nuevamente, esta vez más de cerca, y al aspirar mi aliento noté que apestaba y me di asco. Me lavé la cara y fui al baño de mis padres a traer alcohol y algodón ¿No se debería generar una empatía por saber que todos nos pudriremos? Acercándome al espejo, doblé mi labio de forma que la herida se hiciera visible nuevamente, al estirarlo pude notar el movimiento de los gusanos debajo de una fina capa de piel, por las comisuras de la costra. Cerca de vomitar logré apretar el chupo y algunos parásitos salieron disparados, quedando pegoteados contra el vidrio, eran tan pequeños como medio grano de arroz. El dolor y la nausea doblaban mi cuerpo, y el sabor de la pus se mezclaba en mi boca con la sangre. Mojé el algodón y me froté compulsivamente la herida para que no quede nada, no quería que quede nada, usé el mismo algodón para limpiar a los gusanos del vidrio y lo arrojé todo en la basura, la sangre goteaba, y esa sensación de ser alimento de parásitos nunca me dejó… Pasaron muchos años desde aquello, he tenido heridas mucho peores, pero esa vez, hasta ahora, es la más memorable. Mamá y papá trabajaban y tenían un horario complicado para notar que algo me dolía, y que no me sentía conforme con el hecho de tener un cuerpo, ahora son jubilados, aunque lo demás parece ser una constante… Todavía me encierro para sacarme los gusanos, después aparezco con una media sonrisa, sin ninguna muestra clara del asco que me tengo, con un buen perfume que ayude a disimular, un peinado que consuele y unas expresiones sociales de apoyo. Hola, ¿cómo estás? Hoy no tengo eso, lamento decírselos de esta forma queridos hermanos, me descompongo, ¿entienden que los quiero pero que esto me hace mucho daño? ¿Que esta fragmentación repulsiva es insoportable? Soy una caja de gusanos, sueño que salen a mirar cuando me quedo dormido por cada abertura de mi cuerpo, por cada poro, que se pasean y justo cuando despierto todos vuelven a su casa. Hace poco le reventé la cara a un tipo a golpes, me sorprendió ver que solo le salía sangre, quería que le salieran gusanos, así que seguí golpeando, una, y otra, y otra vez, su rostro era una sopa de sangre, cuando por fin apareció un gusano resultó ser un diente. Y es que, hermanos, si les dejo esta carta intentando que entiendan desde cuándo y desde dónde, sobre todo desde dónde, viene el asco que me tengo, ustedes que me vieron gritar y salir corriendo, comprenderán que las causas de mi ahogo no tienen otro remedio que salir por la puerta más estrecha; quiero ser bailarín de ballet, y para eso debo irme a Viena.

Anax

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